La finca el Planchón, en el término municipal de Garvín de la Jara, tiene una extensión de 1200 hectáreas. Hacia el sur linda con el río Gualija; hacia el norte con la cuerda montañosa que da inicio a la Sierra de Altamira, desde donde se abre una vista amplia del valle del Tajo.

En 1966 la familia Rodrigáñez Serrano compra el Planchón tras la venta de una propiedad en las afueras de Madrid. Son los hijos de Eduardo Rodrigáñez, Casilda y Jaime, estudiantes de biología e ingeniería agrónoma, los que asumen la gestión de la finca. Cuando el compromiso con la lucha antifranquista conduzca a Casilda a la clandestinidad (y después al exilio), será su hermano Jaime quien quede a cargo de la finca, pasando a ser junto a su mujer, Ana de la Cámara, propietarios de la misma en 1976. Los hijos del matrimonio, Miguel y Juan, la obtienen en propiedad por herencia en 2017.

Hasta los años 80 del pasado siglo el cultivo de cereal fue la principal actividad del Planchón. Sin ser sus tierras particularmente propicias para ello, las rañas que probablemente dan nombre a la finca (una “plancha” o llano dentro de la sierra) eran el único lugar que permitía cubrir las necesidades locales de trigo. Rebaños de cabras y de ovejas, piaras de cerdos, huertos familiares y pequeños olivares de sierra completaban una economía de subsistencia sostenida por familias que vivían en régimen de arrendamiento en las majadas que hay dentro de la finca. Todavía en las últimas décadas del siglo XX algunas de estas familias vivían en arreglo a este régimen, manteniendo vivos los caminos de herradura que unen los pueblos, como el que va de Garvín de la Jara a Castañar de Ibor que cruza la finca. Pero cuando cambia el siglo ya ha culminado el proceso que había comenzado unas décadas antes. El trasvase de población a las ciudades para alimentar las necesidades de la sociedad industrial, sumado al durísimo régimen social instaurado por la dictadura franquista, hizo que las sierras donde se ubica el Planchón se vaciaran de presencia humana.

Se adoptaron entonces criterios productivos propios de la agricultura y ganadería convencionales. El uso de la tierra pasó a ser una agricultura de monocultivo mecanizado, olivar en el caso del Planchón. Se abrió un cebadero de novillos que estuvo funcionando durante veinte años y que ha sido recientemente cerrado.

Iniciamos ahora una transición a un uso de la tierra que defiende una actividad agraria que sea social, ambiental y económicamente viable. El objetivo de este enfoque es hacer compatible vida digna y territorio, enriquecer el espacio físico con la cultura y la presencia humana contribuyendo a mitigar la actual emergencia climática y social.

 

Fotografías de Alfredo Cáliz