Las residencias artísticas de primavera en el Instituto de la Tierra culminaron en la exposición «Jaras, romero, tomillo y espliego», comisariada por Jose Iglesias García-Arenal. Este proceso creativo comenzó con la exploración de dos dimensiones: la reflexión sobre proyectos extractivos que transforman el suroeste ibérico y el conocimiento directo de la finca El Planchón, a través de la conexión táctil con el suelo y los materiales. Expertos como Lucas Barrero, Lucile Couvreur y el artista Raúl Cuevas fueron invitados a contribuir a esta exploración multidisciplinaria.
La inquietud central de la residencia fue cómo «reencantar» un territorio amenazado por la desertificación climática y cultural, desafiando la mirada bloqueada por la amenaza del colapso. La observación detallada de la finca reveló signos de agotamiento, desde árboles antiguos en suelo fatigado hasta olivos conectados al goteo, generando una narrativa apocalíptica que asume el dolor y la violencia como inherentes al paisaje.
La exposición resultante incorporó dos obras que abordaron la construcción de la tradición y el folklore desde perspectivas alternativas. La escultura «Sombrero de tres copas» de Elan d’Orphium y el vídeo «Caballeros castellanos» de María Alcaide resisten a narrativas historiográficas colonialistas y patriarcales con humor. Estas piezas exploran simbolismos y mitologías que han contribuido a la invisibilización de comunidades rurales.
Los procesos de la residencia se enfocaron en comprender el territorio como un espacio de cambio y disputa, tanto física como conceptualmente. Desde la construcción de infraestructuras hasta procesos destructivos de «desertificación cultural», se buscó resistir al borrado a través de la vida cotidiana y la reinvención de la relación con el territorio. La muestra «Jaras, romero, tomillo y espliego» toma su nombre de un texto encontrado en la biblioteca de El Planchón, que narra una excursión hacia Guadalupe y evoca un olor a plantas que pertenece a otra generación. Este aroma, aunque asociado a una pérdida, se presenta como una transformación que invita a intervenir en los imaginarios y en las claves que definirán estos territorios en el futuro, instando a las generaciones venideras a enamorarse de ellos y a alterarlos para hacerlos propios.